En Chanchoquín, un pequeño pueblo agrícola de Alto del Carmen, en Atacama, esta artesana ha hecho de la cerámica diaguita no solo un oficio, sino una forma de resguardar la memoria de su pueblo. Sus piezas ornamentales son más que objetos: condensan la riqueza cultural del valle y dan continuidad a una tradición que hunde sus raíces en lo ancestral. Consciente de que este saber no puede quedar guardado, lo comparte con nuevas generaciones, enseñando cada técnica y cada proceso con la misma dedicación con que moldea el barro. Así, su arte se convierte en un legado vivo que une identidad y futuro.